El texto a continuación es el Manifiesto de la revista Índigo Hielo (Sevilla, 2016) íntegro, redactado por Miguel Molina y Manuel Rufo (Leun) con el objetivo de difundir a pequeña escala (escala nivel fanzine) una serie de ideas fruto de conversaciones sobre historia, filosofía y, ante todo, literatura. El llamarlo manifiesto, o el hecho de crear un manifiesto en la era del hiperrelativismo, puede implicar cierta soberbia e incluso una actitud proselitista, pero con su lectura confiamos se entienda la paradoja, el compendio de incertidumbres y desvaríos que, lejos de definir una verdad absoluta, pretende esclarecer con humor (algo pedante) las complejidades de la actualidad artística. Rogamos que, antes de emitir un juicio devastador ante tan insignificante documento, se lea hasta el final desde la óptica tolerante y humilde que caracteriza a esta generación de libreinquisidores virtuales.
Portada del Manifiesto |
"Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo"
- atribuida a Voltaire.
I. Manifiesto anti-antipoesía.
Los antipoetas y las antipoetisas son aquellos/as “escritores/as” que, como los perros que caminan sobre sus patas traseras, nunca lo hacen bien, pero sorprende ver que puedan hacerlo. Producen, con experiencia sobrada, grandes cantidades de excrementos, llegando a superarse a sí mismos/as cuando ya parecía imposible. Es el arte de cagarla, una sentencia digna de Schopenhauer. Y esta su “literatura”, aparentemente nueva, con toda su supuesta bella brevedad y la originalidad que conlleva plasmar con exactitud la vulgaridad de la existencia, dando por entendido dónde reside lo poético con ella, no es más que el resultado de un ácido proceso de excreción del lenguaje, la complejidad lingüística y la musicalidad iniciado por Nicanor Parra. No es culpable, sin embargo, el poeta chileno, pues sus intenciones estaban dirigidas a realizar una parodia de la tradición modernista, así como hacer llegar a las gentes “vulgares” la literatura. Esta antipoesía primigenia ha sido distorsionada por los pseudo-apóstoles del posmodernismo literario, en una mezcla de estética petit bourgeoise y lenguaje coloquial. Aquí encontramos la primera característica de la antipoesía: la mediocridad; una sierpe hambrienta de egoísmo fatal -pues hay egoísmos beneficiosos y egoísmos nocivos- que se alimenta a sí misma. “Chupando todo el dinero del pis y de la gente” (Lutero, Sobre el comercio), peregrinan a sus oscuras salas, como cristianos primitivos, a vomitar su bazofia y concentrarse en una atmósfera febril de enfermedad, de la que se alimentan y sueñan sus iguales, creando una neblina onírica semejante a la ingesta de drogas duras. Esto es, en su último término, la alienación de las personas, la segunda característica de la antipoesía. Se trata de un producto de la industria, que busca la evasión mediante la para-literatura, que en vez de reconectarnos con nosotros/as mismos/as y nuestra sociedad, lo que hace es anestesiar nuestra conciencia crítica. Hablan de escribir para uno/a mismo/a, pero no es cierto, pues eso significa la negación del carácter comunicador de la escritura. Mienten, saben que lo hacen, escribiendo falsos monólogos en un alarde vanidoso de egolatría, pues conocen perfectamente que serán leídos/as en algún momento. Una “oda a mí mismo” que dista mucho de tener una mínima reminiscencia del todopoderoso maestro Walt Whitman. Todo escritor crea para un público, si no, la comunicación no existe, y no hay expresión alguna. Es la paradoja del árbol cayendo en la soledad del bosque. Por su esencia, y por su condición de creación individual o representación, toda poesía es en sí como un acto religioso, pues al igual que ocurre con Dios, creamos la poesía y a ella nos sometemos o nos rebelamos. Es también el puente que une las “almas” de las personas, es la simpatía (que en griego, συμπάθεια, significa “sufrir juntos”). Por ello nos conmueven los poemas de Rimbaud o de Alejandra Pizarnik, por ello renegamos de quienes vulgarizan la poesía y el verso libre.
Antipoetas y antipoetisas, aunque más antipoetas, que quizá por la vanidad del hombre queréis ser maestros. Callad, que puede que con el silencio aprendáis algo. Y recordando una anécdota del joven y ya mencionado Arthur Schopenhauer, en la cual, hastiado de los monótonos monólogos de Fichte, decía: «Fichte ha dicho cosas que despertaron en mí el deseo de ponerle una pistola en el pecho y decir: “Ahora vas a morir sin piedad, pero, por el amor de tu pobre alma, dime si con este galimatías has pensado algo claro o simplemente querías burlarte de nosotros”»
Castigo de los envidiosos - Le grand Calendrier et compost des bergers |
Identificar una antipoesía, a un antipoeta o antipoetisa, no es difícil si atendemos a cuestiones formales, a meros caracteres superficiales. El más básico de estos rasgos es el llamado “verso intro”, que daría un nombre más a la antipoesía: la poesía del “enter”. Se trata de observar cómo, ante la escasez de recursos, dividen las frases en versos cortos usando la tecla enter o intro. Es cierto que, como escritores/as, debemos comprender que poner fin al verso es una tarea complicada. Enmarcarlo entre signos de puntuación sienta a veces como una limitación agobiante, y el poder continuar en la línea siguiente es liberador. Pero no es una libertad real la que se alcanza, sino pure heroine. Opiáceos lingüísticos, o cómo hacer parecer un texto simplón un poema a aquellos que pasan la vista sobre la página como quien se duerme sobre la toalla en la playa. ¡Qué placer! ¡Qué vacío! No significa esto que debamos sufrir, que debamos sangrar las palabras, para hacer una poesía que se sienta auténtica,
pero esto,
lo quieran o no,
sólo es estética
sin ritmo,
y podría hablar de
la meteorología
y estornudar frases hechas
cortadas por un ardiente lmao,
un ferroso lol,
y un tóxico parasiempre.
Oh, sí. El lenguaje web. Esperpéntico leerlo en una “poesía”. Dan ganas de vomitar al decir “poesía”. Puede libertarse uno/a mismo/a a través del lenguaje, que pone una serie de limitaciones que llegan a ser impertinentes, pero la comunicación es un hecho, es la VERDAD. Y la comunicación, la verdad inefable en el sentido de lo que escribimos, tampoco tiene que significar hacerse entender. Quizá radique ahí el significado de hacer poesía: comunicar sin pretender hacerse entender. Pero comunicar. ¿Qué es eso de escribir para uno/a mismo/a? Bazofia. Creamos el monstruoso internet, que tanto conocimiento nos ha proporcionado a los más jóvenes, pero que significa la reclusión del individuo en un mundo paralelo, caótico, anárquico (en el mal sentido). Lejos de ser el instrumento para nuestra redención cultural (la tan ansiada democratización de la cultura), se ha convertido en el estanque donde han ido a parar los sapos y mosquitos que actualmente infestan el panorama literario español, donde la moralidad es el tonto del pueblo. Con ello creamos un lenguaje distinto, una simplificación de la escritura –que es ya una simplificación en sí, de la comunicación física visible y/o audible- y destruimos la complejidad, que es riqueza, buscando el hacerse entender. Nos hacemos entender, sí, con éxito. Pero hacerse entender en poesía es demoler el arte, dinamitarlo sin compasión, sin remordimientos.
Hay muchos más aspectos formales en los que podemos fijarnos para identificar este engendro al que nos referimos, sobre todo en el vocabulario utilizado. Podrán leer múltiples palabras soeces, dispuestas aleatoriamente con el objetivo de causar algún tipo de impacto durante la lectura. Sin embargo se fracasa en este intento, pues lo único que se consigue es un paso más hacia la triste vulgarización de la lengua, hacia la mala poetización del lenguaje coloquial. Es el exceso, no el uso, el que hace de lo soez algo antipoético. También están las drogas. Desconfía de quien escriba todo el tiempo sobre drogas, gente tomando drogas, experiencias con drogas, etc. Lo más probable es que sean niñatos/as de quince años o gente atascada en esa edad, con una gran preocupación por hacer ver su apatía, su despreocupación. Podéis disfrutarlas, pero no sois el puto William S. Borroughs. Desconfía de quien no sepa más que hablar de sexo. La banalización del sexo es un problema muy frecuente en la literatura, principalmente por su inmenso machismo. Si analizáis bien autores –en masculino, mayoritariamente- veréis cómo pesan los genitales sobre el papel, cómo lo horriblemente simple procede del abuso de lo sensual desde el punto de vista dominante. Esta simplicidad acaba con la literatura, convirtiéndola por otra razón en opiáceo. Acudan a los textos de Carlos Salem, verán a lo que nos referimos. Como él hay otros muchos, pero este ser es especialmente odioso. Un “Bukowski” a la argentina, afincado en España, con una apestosa trayectoria construida alrededor de la mitificación de la mujer, el sexo, el tabaco y, en definitiva, el malditismo. Destrucción. Destrucción de Charles Bukowski, pobre viejo borracho, apestoso y machista que no se merece más que la carga que suponía ser él mismo. Basta del culto pagano a su persona. Acabad, individualmente, con el propio culto hacia los escritores, hacia las escritoras también, pero sobre todo a los escritores. Dylan Thomas era un borracho, Scott Fitzgerald era un borracho, Hemingway… No hablemos ya de papa Ernest. Y todos grandes machistas.
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Dolores de cabeza y estomacales, producidos por esta literatura de máquina expendedora. Sólo mediante el trabajo se llega a ser escritor/a, y es imposible denotar el sudor sobre las páginas de estas ediciones en rústica, coloridas, propagadas por Frida, Origami e incluso Planeta (de esta última, siendo evidente que no es por falta de dinero, no se entiende). Pero no crea usted, querido/a lector/a, que este fenómeno es culpa exclusiva de los antipoetas. En el fondo, ellos son víctimas de su propio chiste. Son las editoriales las verdaderas responsables de toda esta ofensa. Desde aquí, nos apiadamos de las pobres almas de los antipoetas, santurrones de una Iglesia podrida por el dinero y el éxito comercial. La industria editorial tiene manchadas las manos con la sangre de la auténtica literatura, y sólo su arrepentimiento podrá eximirla de cumplir condena en los futuros manuales de historia de la literatura. La enorme pedantería, la gran hipocresía, la falsa idolatría del yo. Subliteratura YO-YO, estupefacientes para el adormilamiento de la gente, industria de hipsterismo y falsa bohemia.
QUE ALGUIEN LOS/AS SACRIFIQUE, POR FAVOR. Y encierre sus chillidos en los escaparates de donde proceden, esta vez insonorizados, allí donde recitan la pena estúpida de quien no ha sufrido.
Poetastros de postura y apariencia, todas sus palabras son como hierba muerta y tierra podrida, de donde nada puede germinar. En este sentido, es preferible hundir los dedos en la garganta de la literatura y ahogarla hasta arrancarle la vida a dejar que la historia inmortalice a los mediocres, a los hipsters, a quienes prostituyen el arte. Viva la muerte antes que la mediocridad. ¡Viva el terrorismo literario! Y quien tenga a la antipoesía como modelo, piense en lo que decíamos antes: reducir la capacidad expresiva es reducir la capacidad intelectual. Reducir la capacidad de pensar, ¡qué sueño para los que le conviene! ¡Millán Astray estaría orgulloso! Diría: ¡Muera la inteligencia! ¡Viva la antipoesía!
Proverbios 12:23. “El hombre cuerdo encubre su saber; mas el corazón de los necios publica la necedad.”
- Si estando en una librería se reconoce algún producto de un antipoeta o antipoetisa, cúbrase con otros de mayor calibre, véase Homero, Walt Whitman o Emily Dickinson.
- Deje de comprar cuadernos bonitos para sentirte artista, pues acaban por convertirse en el lujoso vertedero donde la antipoesía vomita su basura.
- Si está comenzando a escribir, no se deje llevar por la probable tentación del verso libre. Este ha sido malogrado por la antipoesía y merece ser tratado con respeto. Por ello pruébese la métrica, apréndase el lenguaje poético de los clásicos (antiguos y modernos), y entonces se verá mucho más capaz de jugar con la lengua en pos de la expresión poética.
- Léase a Dylan Thomas.
- Léase a Walt Whitman.
- Reniegue de lo superficial, aprenda de lo marginal.
- Abandone el eterno monólogo antipoeta, recupere la comunicación. Debe saber que la escritura para uno mismo no existe, siempre se está comunicando.
- Impulse su crítica desde el punto de vista feminista, que ayudará a fomentar la propia tolerancia y a identificar más rápido la antipoesía.
- Adore la literatura.
- Adore la literatura.
III. Nuestra alternativa.
Existen alternativas a la industria, es algo evidente. Esta es nuestra propuesta, ustedes eligen. Hemos hablado de mediocridad, de intenciones y características formales, y por lo tanto se ha ido definiendo nuestra alternativa. Lo más básico es entender qué es poesía y qué es la libertad: como todo, no son nada de lo que se dice de ellas, pero lo son todo. La poesía no es, por definición, becqueriana, no es un método para alcanzar la fama y/o la fortuna, no es el color de los ojos de una mujer, no es aullar de dolor romántico. Es aullar de dolor romántico, el color de los ojos de una mujer, es un método para alcanzar la fama y/o la fortuna, es becqueriana… Así como es también destruir a Bécquer, aullar contra el dolor romántico, el color de los ojos de un hombre o de un perro, un método de autodestrucción, de masturbación, de alimentación, es flamenco, ginebra, un atardecer en el mundo jornalero, los callos de un marinero, las faldas de una monja, el misticismo, el olor a culo, los evangelios apócrifos, las fuentes, la revolución… La libertad, que podría entenderse en este caso como el poder expresar a cada segundo lo que uno/a siente o piensa, en realidad es una farsa, pues somos libres dentro de los límites que el lenguaje nos impone. Pero así es el ser libre en cualquiera de sus aspectos, un estado mental, nunca cierto del todo, pero que nos otorga una variedad de formas lingüísticas lo suficientemente amplia para expresarnos, comunicar y experimentar. La expresión es el primer término de la poesía, pero es un cimiento, una base que si no se cultiva queda en lo simple, en algo efímero. Ahí queda la acción antipoética de a quienes nos referimos en este documento, pues nunca escalan al siguiente paso: la comunicación. Como decíamos antes, la comunicación es la VERDAD del sentido de la poesía, siempre que tengamos en cuenta su diferencia con el hacerse entender. En un estado primigenio, la poesía en fase meramente expresiva, ya obtiene su mayor grado de entendimiento, pero la comunicación no va más allá. Por ello el estado idóneo de la literatura está entre la comunicación y la experimentación, pues la razón de ser de estas letras artísticas es comunicar más de lo que el poeta o poetisa entiende. Mediante la experimentación, la riqueza; mediante la riqueza, la capacidad comunicativa en estado óptimo. Esta riqueza incluye posibilidades que pueden ir más allá de los límites académicos, establece una base para la evolución de la lengua, y qué mejor sitio para ello que la poesía. Existe la posibilidad de crear un yo-poético auténtico con la adaptación del género a la realidad individual, por ejemplo.
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Una vez que asumimos nuestro papel comunicador, es importante la sinceridad. Sinceridad con uno/a mismo/a y con los lectores y lectoras. La poesía no es totalmente independiente, siempre se pondrá en contraposición con la vida del poeta o poetisa, o con la del lector o lectora; está sujeta a condicionamientos primordialmente sociales, pero también psicológicos. Por ello la antipoesía es una gran mentirosa en numerosas ocasiones, porque se nos transmite unas ideas y situaciones irreales en un mundo irreal. De aquí que también critiquemos el falso malditismo, la tendencia a crear en torno a sí el mito del artista, de tomarse la libertad de trastocar la propia vida en pos de la escritura. Es cierto que vivimos, muchas veces, con vistas a escribirlo, pero la autenticidad es transmitida con sinceridad, abandonándose al juicio de la historia y de la muerte, y con sinceridad hacia uno/a mismo/a. Ciertamente, hay que vivir la vida, vivir el mundo, pero sobre todo vivir EN el mundo. Tener afán por conocer es esencial, por conocer cada aspecto: desde la felicidad al sufrimiento, desde la bohemia más vaga al trabajo de un recolector de fresa. Escribir es reflejar cómo vive uno el mundo, es decir, inevitablemente subjetivo. Pero el mundo es objetivo dentro del contexto en el que se viva. Más allá es un misterio. Y esta relación entre escritor o escritora y el mundo se basa también en saber o no saber ser espectador. Esto es esencial: aquel o aquella que sea impertinente e intente ser todo y estar en todo, que quiera ver su cara impresa en las revistas y en las Salas fúnebres donde se recita antipoesía, no sabe ser espectador. Thomas Mann ya aludía en el capítulo segundo de La Muerte en Venecia a esa simpatía de la que hablábamos antes. Es, con sus palabras, “una secreta afinidad, cierta armonía incluso, entre el destino personal de su autor y el destino universal de su generación”. Recomendamos encarecidamente la lectura de esta bella novelita, muy instructiva para tomar conciencia de lo que es –o debiera ser- la literatura tal como nosotros la concebimos. Se deben evitar las actitudes proselitistas, muchas veces insana consecuencia de la industria, que penetra como perro del infierno en la sangre y nos hace desear la fama antes que la musa.
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Ser fiel a todos estos aspectos es ser fiel a la poesía; ser fiel a la poesía es todo lo que se puede pedir. Sed fieles como John Keats.
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La antipoesía, como decíamos antes, funciona como un anestésico, como comida rápida. Indigesta, y alimenta mal, mata el intelecto, y es un producto de la industria. Kafka decía: “Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo? Un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro.” Se puede experimentar con la rima, con la musicalidad, con el ritmo, con el verso libre para la simple comunicación, con todo lo que a un/a se le ocurra, pero siempre conscientes de las infinitas posibilidades que otorga la lengua en toda su complejidad. No limitarse a componer textos de frases de cinco palabras. Así lo expone Gary Provost:
“This sentence has five words. Here are five more words. Five-word sentences are fine. But several together become monotonous. Listen to what is happening. The writing is getting boring. The sound of it drones. It’s like a stuck record. The ear demands some variety. Now listen. I vary the sentence length, and I create music. Music. The writing sings. It has a pleasant rhythm, a lilt, a harmony. I use short sentences. And I use sentences of medium length. And sometimes, when I am certain the reader is rested, I will engage him with a sentence of considerable length, a sentence that burns with energy and builds with all the impetus of a crescendo, the roll of the drums, the crash of the cymbals–sounds that say listen to this, it is important.”
En una nueva literatura, es necesario romper con los estereotipos y los esquemas académicos: conservar la magnificencia de lo modernista, expresar con el dinamismo de lo posmodernista.
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Índigo Hielo nace porque ser joven es divertido, ¿cierto? Escribir manifiestos, poemas, relatos, dibujar caras y edificios, sin compromisos latentes, libres bajo el peso liviano de la aún corta vida; el café y el té, nacer a media noche para reclamar coherencia universal al papel, con tinta, y observar el propio tiempo transcurrido como una línea arrasada por las inconveniencias sociales. Siempre la linealidad, recta entre muros, en tierra de nadie. E ir a las grandes y pequeñas librerías, a las grandes superficies de venta cultural, y llorar frente a los estantes pidiendo a la moqueta un par de furtivos billetes de cincuenta. Índigo Hielo nace para atravesar la linealidad y la lengua, pero también límites industriales. Quienes se interesen por este proyecto deben tener asumido que no se puede comprar la autenticidad, aquello que no se adquiere pero se encuentra y causa todas las emociones plasmables en el arte. En un intento de crear cultura underground, aunque de inspiración numantina (como Espronceda), Indigo Hielo iba a ser un colectivo de extrañezas, contraseñas, saludos secretos y símbolos. Pero ¿qué es en realidad? Contestamos ¿qué se puede pretender de una revista autoeditada, de un fanzine? Una diversión que vaya desde la baja autoestima, pasando por la humildad, hasta el narcisismo más absoluto, pues nuestra es la falsa creencia de que poseemos la verdad y que debe discurrir de mano en mano por los pasillos de las universidades, por los callejones de la Judería y los bares… Creemos que el arte puede ser rupturista aún, en los tiempos en los que ya no queda esperanza salvo para los apáticos y nihilistas. Creemos que hay potencial, pues se han descubierto nuevas opresiones, nuevas fuentes de inspiración, nuevas bases hacia la excelencia. Persiste la moralidad ambigua y se crean nuevas, estos enemigos imperceptibles que agudizan nuestra capacidad expresiva y, aunque decir que el arte debe ser mamar una mama o lamer un charco extraño en el suelo ya no suene tan extravagante (porque parecemos haber recorrido todos los caminos de la extravagancia) aún debemos renovar consignas, aquellas que rechinen en los oídos de los intransigentes. Intransigencia. Parece de hipócrita hablar de intransigencia después de todo un documento censurando un tipo de literatura, lo que podría parecer una negación de las libertades individuales del humano y el artista. Sin embargo, hay que ser conscientes de que se es en contraposición con algo o alguien, y en contraposición con la literatura industrial, la antipoesía a la que nos hemos referido, somos vanguardia. Reclamamos a las lúcidas minorías que griten con las manos en alto, por el erotismo negro, las grandes novelas, las sinfonías, la madrugada en soledad y la mañana sangrante. Índigo Hielo es saltar al océano y nunca esperar hallar rescate, la bohemia más vaga y el trabajo duro a la vez. Type and ride, Spanish sketches, Sylvia Plath, qué inútil es la eternidad. Índigo Hielo es escribir y dibujar para seguir escribiendo y dibujando, lo que una o uno quiera, pero sobre todo es vivir la vida como si se tratara de una entrevista de Jesús Quintero.
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