Pasea entre las casas,
el puente en el horizonte,
y sin mirar al suelo
-siempre al cielo-
sueña la loca con las nubes.
Sueña la loca con las nubes,
y en el brillo de sus ojos
un destino imperceptible
que lleva oculto, bien guardado,
por miedo a que lo dañen.
Y pasan las nubes por el azul
y el tiempo con ellas
muere y renace,
pero la loca permanece
amante de ese natural arte.
Un día se la llevaron,
con la camisa de fuerza puesta
y ella, sumida en tristeza,
no puso rabia
ni resistencia.
Me acerqué día tras día,
le hablé de mis dolencias,
y tras mucho verbo
e insistencia,
me dijo:
“Mi poeta, mi caballero,
mi loco sin sombrero,
no tienes amo, yo tampoco,
así que dame la mano
y vivamos”
Sentí en su tacto más cordura
de la que jamás sentí
ni veré jamás,
y de sus brillantes ojos y sonrisa,
emanaba libertad.