martes, 28 de julio de 2020

Cierto viaje #Historiasdeviajes

    Voy a tu encuentro. Las ventanillas un poco abiertas hacen un ruido atronador. La escasa brisa del verano entra por la rendija y oculta el sonido de la radio. No me importa. Entra en el coche y lo inunda del olor (hedor, según tú) a estiércol y girasoles secos. La carretera no es demasiado intrincada, pero serpentea por entre colinas, cerros y campos de girasoles secos. Si hace algo de fresco es por mera casualidad, pues este final de julio está siendo sofocante. Quizá algo menos aquí, en mitad de la campiña, que en la ciudad, donde dicen que el uso masivo de aire acondicionado recalienta el aire aún más. ¿Dicen? Lo comentaste tú una vez, y yo te creo. He de adelantar, con sumo cuidado pero veloz, un tractor. Lo conduce un anciano, o un hombre de mediana edad encanecido y con la piel curtida. Así la pone el campo, tanto como el mar, a sus trabajadores, como suelen decir en mi casa. Puede que baje en el próximo pueblo y compre algo de su vino, o tome un café y vaya a ver la iglesia, si está abierta.

    Esta carretera transcurre paralela a la autovía, y aunque vaya a tu encuentro no tengo prisa. Al menos ya no. Aparece al fondo, mira, una mancha de cal, blanca y coronada por su hermoso campanario. Todos estos pueblos, tan parecidos y hermosos, no me cansan. Todos ellos parecen haber crecido iguales, alrededor de esta carretera que los atraviesa, bordeándola, convirtiéndola en un escaparate de forasteros al que asomarse desde las terrazas. Desde los bares, terrazas y portales, donde asoman –sobre todo– ancianos y ancianas, y bombonas de butano naranjas, y perrillos que se rascan sobre el asfalto mellado. Todos tan iguales y distintos. Unos, como este, con una iglesia de Santa María y una hacienda de época árabe. Otros, como aquel de más adelante, con un puente romano sobre un fino río verduzco, oculto bajo zarzas, aún cumpliendo su función. Sé lo mucho que te gustan los puentes; bueno, ya te hablaré de él cuando nos encontremos. 

    Se acerca el medio día, se nota en la carretera. Aquí veo merenderos en los pequeños bosques, que son pocos en este océano de cultivos –lo cual da nombre de campiña a la campiña–, repletos de familias con neveras y sillas y mesas plegables. Con el sol en lo más alto del cielo, golpeando con fuerza el techo de esta chatarra que conduzco, la carretera parece encharcada. No hablo de baches inundados por alguna razón, sino de una fina laguna horizontal, que a veces se separa en líneas brillantes, como un espejo ondulado reflectando luz. Es un espejismo, ¿no? Una aparición habitual en los días como hoy, en los lugares como este. La campiña en sí parece un espejismo, y en ella cada árbol, casa o ermita solitarias que se alzan sobre los cultivos, ahora secos y amarillentos.

    Observo acercarse un viejo y abandonado apeadero de ladrillo. Cruzo las vías del tren, las siento bajo las ruedas, conquistadas por arbustos de flores amarillas. Me apena comprobar que me he confundido, he tomado la salida incorrecta y ahora bordeo el pueblo, no lo atravieso, sino lo rodeo por esta carretera nueva que pretende facilitar el viaje. Una carretera nueva y lisa, esto puede verse en el negro reciente del alquitrán. A espaldas de las casas. A espaldas del pueblo. No hay escaparate de forasteros, pero sin duda lo soy. Yo solo frente al camino serpenteante, solo como en otras ocasiones sin apeaderos, puentes romanos, ermitas o girasoles secos. Siento tenso el pie del acelerador. El cuello vuelve a molestarme. Tengo prisa, sí, por llegar y verte. ¿Pero qué opción escoger, cuando llegue el momento? ¿Los olivares y dehesas, la frontera y las encinas solitarias? ¿O la marisma, el júbilo marinero junto a las tablas del muelle?

    Te digo: ¿qué importa? Llegado el momento, siempre podré escoger verte. Pero mayo viene, y el azahar caído se pudre sin que nadie lo pise. Mi pecho duele, como mi cuello agarrotado y mis manos cansadas, inclinado todo sobre este escritorio. Te ríes, desde la distancia, de esta costumbre de especie de voyeur, pero el único viaje posible es de ventana en ventana, de risa ajena a discusión vecina, de cielo gris a fachada enmohecida, mes tras mes con la oreja pegada al patio de luces.


jueves, 30 de abril de 2020

Porque la noche es un océano amargo


Porque la noche es un océano amargo
y en él nado todos los días;
aunque me acueste muerto de risa
y con el pecho hundido en amor sencillo,
las inevitables lágrimas se secan
en mi rostro pronto agarrotado,
como cera seca con la forma
del terror más puro, casi conceptual.
Cuando este cuarto cada vez más vacío
queda solo iluminado por la televisión
del vecino de en frente, y solo ya puedo
centrarme en el dolor de músculos cansados,
la noche se transforma en un océano amargo
que abarca, inunda, gotea sobre todo,
y en ella nado todos los días.
Entonces a los pies del tálamo (la cama)
veo el niño que fui, todavía ajeno a la potencia
de la voluntad humana, humillado (patético),
sádico (patético), con su juguete favorito
de plástico en el bolsillo. Saca el juguete
para mirarlo con ternura y arrugar sus formas
acercando la llama de un mechero,
arrancar sus extremidades inflexibles,
incapaz de prever la irreversibilidad.
Tras él, tú. A quien dirijo esta demostración
de debilidad en verso, quien desde hace
años te has erigido como diosa punitiva
alzada en plena noche, cuando el océano
está más tormentoso. No puedo negar
la forma de maza que adquiere tu desprecio,
pues golpea con fuerza astillando el débil
conjunto de mis huesos, silenciándome.
Tú, cara deforme por la cercanía de la llama
de mi mechero, de brazos y piernas separándose
y multiplicándose, trepando los sucios muros
sobre los que se apoyan mi cama y mis libros.
Te aseguro, te prometo, te juro que arrodillo
al bañista nocturno, quizá lo haga una descarga,
quizá un trueno, quizá un golpe de maza esperado.
Y si la noche es un océano amargo inundando,
goteando, abarcándolo todo, el día no es menos,
pero por él camino solo con mi voluntad humana
temiendo ahogarme a los pies de tu imagen
(probable tras cada esquina, en cada banco)
y que el agua amarga me hinche y amorate
y deba caminar así para siempre.

lunes, 20 de abril de 2020

Dos amigos

I

Dragón.
Ahogado en asfalto.
Erecto triunfal entre Relator
y Resolana. Coronado
de ajenjo, clavo y raíz de lirio.
Ebrio engulles
el cielo de semillas,
auscultando vientres sacros,
negando lo negado,
amando cada istante,
cada rostro de uva pasa
tras suelo de serrín y
barra de aluminio.
Olmeca.

II

Hombre frente al que puedo ser hombre
nuevo sin vergüenza;
llorar acompasados porque un árbol
es así tan verde,
mirar jugar al escondite
en los patios gorriones,
bailar el amor a aquellas mujeres
y otros hombres que dejaron
para nosotros una estela de nueva vida.
Enjugar los labios con preguntas,
engullir una brizna de acero
para regurgitar jazmines.

Para esto estamos, amigo,
para esto y otros juegos.

domingo, 12 de abril de 2020

Variación de un tema de Devendra Banhart



luna vieja
quédate pa que los árboles
parezcan luceros en la niebla
que los cuervos hermanos
encuentren donde posarse

quédate que ahora va a correr
el aguardiente, sobre la tierra
de la plaza cantaremos

esos charquitos del alma
pondrán roja, verde, amarilla
tu luz si te quedas

qué más da si te ensucias
el culo de arena, siéntate
y mira tu mañana nocturna
amarilla como oro viejo

parece mentira que en la misma
oscuridad y la misma canción,
el tiempo ha disuelto la noción
de plenitud en absurdo y miedo

viernes, 10 de abril de 2020

Para después del confinamiento II


sentarnos. sobre el caliente suelo
de la alameda todas las noches de agosto
para beber para jugar para ver coincidir
el sueño con albas igual de tórridas
lo mismo la noche siguiente para negar
lo negado. así besarnos, todos, sentados,
niños y niñas jugando en escaleras
de mármol de filos gastados, bajo
cadenas oxidadas, a los pies de una
catedral negra ya no tan negra, bajo
cadenas chirriantes. como frutas desvestidas,
húmedas y moribundas, llorones
de rodillas por calles serpenteantes.

lunes, 30 de marzo de 2020

Día de los amantes


Comienza en
madrugada de cielos pedregosos
-amagando la helada negra-;
ciegos deformando el mármol
con el sudor de las manos frías.

Luego una
mañana de ofrenda de fruta fresca,
puesta a tus pies
para vértela comer, o bien verla
pudrirse, cubrirse de vello blanco.

Una
tarde de juegos.
Bendición en la cara.
Resopla sal,
  bendíceme la cara. Y
juguetea en el borde de la cama.

Más tarde, un
anochecer de censuras. Lamento.
tú también lamentas. Recuerdo
porque tú también recuerdas.
A dónde fue tu mano aquel día,
si al río, si a la ciudad, si a las
hojas secas.

Y la noche
convertida en carrera de aprensivos
sobre el asfalto encharcado,
los tan fríos carrillos de la cara
transformados en patio de juegos.
Los brazos tensos, los ojos secos;
dos buscando un hueco caliente
entre dos coches.

sábado, 28 de marzo de 2020

Cuatro poemas blasfemos y uno de amor


I
sobre mi cráneo pesa un cristo muerto.
me habló de amigo. muerto en domingo.
suplicando, lo vi, suplicándome un beso.
sollozo colgando del cuello. mientras
crece musgo sobre mis zapatos. arde
mi nombre, yo sollozo, él me suplicó morir
y ahora pesa sobre mi cráneo un cristo vivo.

II
cojo la cámara y enfoco a través de la ventana
ruego a dios poder captar el viento, pero no puedo,
ruego a dios poder captar el viento, y no puedo,
no puedo. la máquina suspira y el viento corre
fresco, libre, y yo no puedo, no puedo.

III
tenté a la suerte
tumbado sobre la hierba seca entre alcornoques
mirando carnosas nubes.

para hundirme en la tierra
el beso del llanto me fue dado.
caballos reprochando a lo lejos.

IV
a mí me parió la ira
impregnado en vino consagrado.
la frente marcada con el bronce
de los cainitas. pero y a quién no.
de todos nuestros sexos sube
el hedor al reino de los cielos.

*
Amar como hacer
una barquita con ramas
o palillos de dientes.
Amar como pintar
una casa recién hecha,
fresca y nueva.
Amar como plantar
un arbusto, limpiar
de polvo sus hojas.
Amar como quien mira
el mar con ojos viejos
de viejo amante.

jueves, 26 de marzo de 2020

A Judas Tadeo


San Juditas. Te buscamos
entre el gentío en otoño,
entre el espeso humo gris
de las castañas asadas.

Veo un hincar de rodillas
bajo el atrio, pellejo amarillo
cubriendo esqueletos penitentes
rogando por un trabajo.

Hermano del peregrino:
serviste bien, ahora
camina solo hacia las
llamas redentoras.

Veo cumplido el ruego;
un tiempo que gotea
desde muñecas abiertas
encharcando el mundo.

La llama de tu frente
se extiende amplia
sobre los templos
como sobre la tierra un día.

Veo rabia contenida
en fantasmas enclaustrados,
relojes que se quiebran
a golpe de tambor.

No nos sirve la higuera.
No se enternecen sus ramas,
ni se caen sus hojas
cuando el verano se acerca.

No habrá castigo severo
para los hipócritas.
Pero habrá llanto como
habrá crujir de dientes.

Tras todo, me veo sentado
llorando sobre ruinas cenicientas,
clavado tu viejo sueño en la sien
con clavos plateados.

lunes, 23 de marzo de 2020

Para después del confinamiento


sin lavarnos las bocas. así besarnos, sucios
de estar sentados en el suelo. encorvados,
con el torso agotado de angustia. así hacer
el amor, rellenar las esponjas de la verga
con la sangre estancada llena de moscas, con las
cejas despeinadas, las nalgas planas, penosa-
mente. ojerosos, deslumbrados, bien flacos de
dejar crecer las uñas y caer el pelo, de secar
los nudillos; aprendidos los silencios. sin
siquiera lavarnos. lamernos. dormirnos.

sábado, 21 de marzo de 2020

21/03/2020


senderos escoltados
por adelfas perennes,
venenosos arbustos
conduciendo a un santo
vacío, a un vacío santo,
tranquilo, solitario,
libre de enfermedad,
donde ayunar tiempo
y felizmente disolverse.

Observo con cierta pena
nuestra foto sobre las rocas
de espaldas al viejo pueblo
de mis abuelos. Tu hombro
desnudo silueteado por la sierra.
Los ojos entreabiertos
por el impacto del sol.
Nuestras botas atravesando
césped y jaramagos
a la sombra de casuchas
bien encaladas.
La iglesia reinando sobre
los cerros de encinas y olivos;
te digo esta es mi sangre
y nos reímos los dos.
Pero una cosa recuerdo
por encima de todo:
visitamos a Manuela,
vecina de la «laera»,
jugamos con sus perritas
y bebimos de su café.
Ambos llorábamos en el coche
ya de vuelta a la ciudad,
en silencio, de la mano,
contagiados de esta anciana
que veía subir la muerte,
poco a poco, de los huertos
a su patio. No, no era la muerte,
sino la soledad de quien
subió los montes y cuidó
la ermita y ya no puede.

hace tiempo que no escribo poemas 
nacidos de la pérdida (mas tiempo).
si hoy pierdo -es seguro, estoy
perdiendo- no será hasta verano
que escriba. cuando arrancas
un brazo lo que salen son palabras.
yo sé que me crece dentro un bicho
negro cuando como y no devuelvo
de milagro cuando quiero dormir
pero el techo se me cae encima.
he visto gorriones salir a cantar
y retirarse, ya nadie les escucha.
me nutro de la tristeza de quienes
me llaman amigo, de quienes
responden a mi angustia con 
nanas escondidas. me nutro 
de la desgracia compañera y
deslizo la mirada al verano incandescente
si esto que escribo no tiene valor
alguno, haré lo que siempre hago:
la cama, la cena, pasear reproches
y estirarme, deformarme como chicle
hasta la quiebra, hasta el dolor
(lo que se conoce como bruxismo).
hace tiempo que no escribo buenos
poemas, aunque la duda sea si
alguna vez los he escrito. 


viernes, 20 de marzo de 2020

2:26 am


sucio cuarto limpio
demasiado polvo tragado
-salgo al descansillo-
-el aire es aire-
-el aroma de café
seda invisible envolvente-
perdiéndome en mi propio
bosque, hundiéndose la
barcaza en los estanques
del hogar-que se amotinen
pienso. que las fábricas
paren. que quememos los
centros de trabajo de
nuestros padres (para
limpiar nuestra prosa
y hacerla veraz) ya veo
pulgas donde
no las hay.
2:26 am.

pausado todo ¿no
será que al guantazo
al que responden los
versos? a lo sucio a la
sangre al aire que es aire
a los perrospaseantes

primavera que pasas
de izquierda a derecha
garra sobre el horizonte
anticiclón dentado

sobre tu pecho
un clave

mareas de marzo
(tierra)


20/03/2020


releo viejos relatos
que dicen
mira ese hombre
montaña de huesos
vestida con gasas secas
amarillas. relatos
nuevos que dicen
mira ese viejo
montaña de huesos
vestida con gasas secas
amarillas. versos
viejos que dicen
abre la boca, tengo sed
déjame beber
de tu saliva.
releo nuevos versos
que dicen
abre la boca que
tengo sed, déjame
beber de tu saliva.
que la calle enferma
me riñe cuando amago
lamer tu cara en la pantalla.