sábado, 21 de marzo de 2020

21/03/2020


senderos escoltados
por adelfas perennes,
venenosos arbustos
conduciendo a un santo
vacío, a un vacío santo,
tranquilo, solitario,
libre de enfermedad,
donde ayunar tiempo
y felizmente disolverse.

Observo con cierta pena
nuestra foto sobre las rocas
de espaldas al viejo pueblo
de mis abuelos. Tu hombro
desnudo silueteado por la sierra.
Los ojos entreabiertos
por el impacto del sol.
Nuestras botas atravesando
césped y jaramagos
a la sombra de casuchas
bien encaladas.
La iglesia reinando sobre
los cerros de encinas y olivos;
te digo esta es mi sangre
y nos reímos los dos.
Pero una cosa recuerdo
por encima de todo:
visitamos a Manuela,
vecina de la «laera»,
jugamos con sus perritas
y bebimos de su café.
Ambos llorábamos en el coche
ya de vuelta a la ciudad,
en silencio, de la mano,
contagiados de esta anciana
que veía subir la muerte,
poco a poco, de los huertos
a su patio. No, no era la muerte,
sino la soledad de quien
subió los montes y cuidó
la ermita y ya no puede.

hace tiempo que no escribo poemas 
nacidos de la pérdida (mas tiempo).
si hoy pierdo -es seguro, estoy
perdiendo- no será hasta verano
que escriba. cuando arrancas
un brazo lo que salen son palabras.
yo sé que me crece dentro un bicho
negro cuando como y no devuelvo
de milagro cuando quiero dormir
pero el techo se me cae encima.
he visto gorriones salir a cantar
y retirarse, ya nadie les escucha.
me nutro de la tristeza de quienes
me llaman amigo, de quienes
responden a mi angustia con 
nanas escondidas. me nutro 
de la desgracia compañera y
deslizo la mirada al verano incandescente
si esto que escribo no tiene valor
alguno, haré lo que siempre hago:
la cama, la cena, pasear reproches
y estirarme, deformarme como chicle
hasta la quiebra, hasta el dolor
(lo que se conoce como bruxismo).
hace tiempo que no escribo buenos
poemas, aunque la duda sea si
alguna vez los he escrito. 


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